martes, 11 de agosto de 2009

Frente al mar



Los días de mar gruesa...la gente de por aquí se marea

Lucía se encontraba en un punto de su vida, en el que se anclaba conformándose con lo que ya tenía. Un piso frente al mar con el que siempre había soñado, un trabajo que cubría todas sus necesidades y un novio con el que simplemente compartía un techo. O de lo contrario, tomaba una decisión con la que apartaría de ese techo a la persona que no la dejaba avanzar hacia sus sueños.

Y aquí s donde Lucía toma las riendas de su vida una vez más, pero esta vez a dos mil kilómetros de su hogar después de realizar su primer viaje trasoceánico a Los Ángeles. Desde allí, El Carmel, San Francisco y Palm Springs fueron apuntando la dirección que Lucía deseaba seguir. Ansiaba sentirse viva, ansiaba sentirse libre, ansiaba ser totalmente feliz. De ese modo toma una decisión que cambia su vida, no radicalmente, pues Lucía ya era una persona que se sentía afortunada, pero con esta decisión la visión de su vida y de lo que realmente era importante en ella terminaba de matizarse. Y en París, en un viaje totalmente inesperado de regreso desde Stuttgart a BArcelona se da cuenta de los pasos a seguir. Londres, Brighton, Cambridge, Oxoford formaron parte de los primeros pasos a la auténtica felicidad y armonía.

Una vez, apartado todo aquello que evitaba estas situaciones que a Lucía le daban la felicidad, comenzaron un sin parar de momentos de alegría de viaje en viaje....Amsterdam, Nueva York, Tenerife, Bilbao, Benavente, Madrid, Gran Canaria, Biarritz, Lourdes, Millau, Carcassonne, Roma, Nápoles, Sorrento, Capri, Paris....y muchos kilómetros a las espaldas fueron horas, minutos y segundos que fueron rellenando esos huequitos tan anhelados por Lucía. En todos y cada uno de esos viajes, horas, minutos y segundos siempre tuvo a su lado a una persona maravillosa, una persona con la que cada día era único y con la que podría contar para el resto de su vida. Una persona con la que vivirá siempre y morirá junto a ella. Una amiga, una compañera, una hermana, una madre.
Mientras se iban rellenando esos huequitos, Lucía comenzaba a tejer un mundo que para ella era el verdadero, el armonioso, el feliz, donde las pequeñas cosas de la vida satisfacían plenamente todos sus deseos y anhelos. Es aquí donde Lucía comprende que la felicidad está al alcance de la mano de todo aquel que quiere tenerla. Simplemente apoyándose en lo que realmente importa en la vida, en su familia y sus seres más queridos. Comprendió que mientras todo aquello que le rodeaba fuera feliz ella ya tenía motivos más que duficientes para sentirse afortunada, y lo demás carecía de importancia.

A través de su ventana Lucía pudo alzar la mirada hacia el mar, mirar al horizonte y comprobar que ese instante de felicidad ya era suyo. Disfrutaba con sólo asomarse y mirar a través de ella. Sentía armonía y paz y nada podía alterar ese estado. Ni siquiera, la inminente operación que tenía que realizarse, puesto que de elo dependía que su felicidad siguiera en aumento. Es así como después de someterse a dicha operación comienza un estado más pausado de sus viajes habituales. Sin embargo cada vez más Lucía comienza a hacer el mismo trayecto de Barcelona a Las Palmas, donde allí se encontraba su familia y sus amigos más queridos. Ya en el primer viaje que realiza para encontrarse con su isla, se da cuenta de que ella pertenece a ese lugar, y no a otro. Es allí, donde Lucía debe de estar y compartir toda esa felicidad que ha encontrado con sus seres queridos. Entre viaje y viaje, las ganas e ilusión de Lucía por quedarse en sus tierras van creciendo. Momentos junto a sus padres y momentos junto a sus amigos hacen que cada partida hacia Barcelona se haga más y más dura.